22 de mayo de 2023
Os comparto esta entrevista que me realizó el periódico MiGijón para analizar cuál ha sido el impacto de la pandemia entre la población joven de nuestro país. Podéis ver la entrevista, más condensada, en este enlace.
La adolescencia es una etapa de cambio personal, de metamorfosis, en la cual el niño se va haciendo adulto. Es una etapa de sufrimiento y de incertidumbre, donde se exploran otras realidades fuera de la familia y la escuela, la identidad se transforma y se construyen las primeras relaciones interpersonales de manera autónoma ¿Puede haber más “problemas” juntos? Casi imposible. Pero si tuviéramos que identificar un factor común a todos esos problemas, ese sería la “gestión emocional”, o “¿Quién soy? ¿Qué hago con lo que siento?”.
Los problemas más habituales, como son la baja autoestima, las dificultades al socializar, la mala relación con los padres, los trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad, depresión, el acoso, etc… están estrechamente relacionados con la gestión emocional y la necesidad de fraguar una identidad propia, y a la vez, ser aceptado socialmente. Ya sean como causas o consecuencias, todos estos problemas están vinculados con el aprendizaje emocional en situaciones ambivalentes, propias de etapas de cambio como la adolescencia
Detesto profundamente esa expresión. Me parece injusta. Los centennial es la primera generación que ha normalizado ir al psicólogo como algo fundamental en sus vidas ¿Cómo puede considerarse “frágil” o “débil” a alguien con la fortaleza de lanzarse a trabajar sus propias oscuridades? Quizás es necesario replantearse que consideramos “fuerte” o “débil”. Cada generación es hija de su tiempo, y los centennial están llamados a vivir en tiempos más duros que los de sus padres. Los centennial no son “de cristal”, son sensibles.
Sin sensibilidad no existiría la música, ni la pintura, ni la literatura. Tampoco existirían los cuidados, ni el cariño. Ni siquiera existiría la artesanía, la medicina o la agricultura. Sentir el mundo es esencial, y sentirse a uno mismo también. Si los millennial son la generación más formada y [duramente] autocrítica, los centennial también guardan gran potencial, la oportunidad para romper con muchas de las herencias disfuncionales arrastradas durante décadas, y que por fin, parecen ser cuestionadas
Es muy complicado poder detectar problemas de salud emocional en otras personas. En ocasiones, al centrarnos mucho en buscar síntomas, podemos incluso generar un entorno de sobrevigilancia que no es precisamente saludable. La tristeza o la irritación son naturales, no hay que preocuparse por ellas, siempre y cuando sean puntuales. La tristeza, la irritación, el agobio o la tensión durante semanas o meses, si podría indicarnos algún problema de fondo. Si vemos algo como esto, lo más importante es no presionar, dar espacio a la persona y a la vez recordarle que uno está ahí para lo que necesite.
Intentar transmitir seguridad, confianza y tranquilidad; y sobre todo, no juzgar, escuchar. Escuchar y no juzgar lo que nos diga, lo que sienta, o lo que haya sucedido. Los aprendizajes vienen después, al principio: Seguridad, confianza, escucha y aceptación
En mi caso es complicado responder, ya que comencé mi carrera profesional en pleno 2020. No podría decir que cosas han cambiado puerta adentro de las consultas, pero si puedo corroborar que la pandemia ha servido para poner el foco de atención en las dolencias emocionales. Cuando todos fuimos encerrados y perseguidos por una amenaza invisible, pudimos llegar a sentir la angustia, la tristeza y la desesperación que muchas personas con problemas psicológicos sienten en su día a día. Sin saberlo entonces, el tiempo en el que sufrir significó empatizar, nos ayudó a derribar prejuicios hacia la salud mental.
El Covid junta tres grandes miedos: el miedo al propio cuerpo, el miedo a los demás y el miedo al futuro (la incertidumbre). La pandemia nos recordó que somos vulnerables, humanos. No considero que haya generado grandes patologías en sí misma, pero sí que ha fortalecido y evidenciado problemas previos. Puede parecer una tragedia, pero no deja de ser una nueva oportunidad a nivel individual y social, para trabajar sobre aquello que antes nos negábamos a mirar. Como dice el refrán: Mar en calma nunca hizo marinero.
Probablemente el acoso en las aulas tenga el mismo grado que ha tenido siempre, siendo esperable que pueda aumentar cuando también lo haga la conflictividad social general. Por su lado, es obvio que hay más casos de bullying de los que se denuncian, en un alto grado. La detección se diluye en casi todos los niveles: Profesores desbordados, pocos e ineficientes mecanismos institucionales, mucha tolerancia social al maltrato (“son cosas de niños”), actitudes de minimización a las víctimas, temor de las víctimas a denunciar, formas de acoso digital, etc.
Hemos ido poco a poco concienciándonos de que el acoso en las aulas es un problema, y eso es algo muy positivo, pero aún queda camino. Las actitudes propias del bullying, pero entre los adultos, serían motivo de querellas, juicios y condenas, en la mayoría de los casos. Piénselo ¿Por qué habría de ser menos grave la violencia entre los niños? ¿No se supone que es cuando se les tiene que educar? ¿Por qué es la víctima la que tiene que cambiarse de aula o de centro, y no el agresor? Aún nos queda por hacer en concienciación, pero aún más en detección y ejecución de medidas. Como dijo Pitágoras: “Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”
Es muy complicado poder detectar problemas de salud emocional en otras personas. En ocasiones, al centrarnos mucho en buscar síntomas, podemos incluso generar un entorno de sobrevigilancia que no es precisamente saludable. La tristeza o la irritación son naturales, no hay que preocuparse por ellas, siempre y cuando sean puntuales. La tristeza, la irritación, el agobio o la tensión durante semanas o meses, si podría indicarnos algún problema de fondo. Si vemos algo como esto, lo más importante es no presionar, dar espacio a la persona y a la vez recordarle que uno está ahí para lo que necesite.
Intentar transmitir seguridad, confianza y tranquilidad; y sobre todo, no juzgar, escuchar. Escuchar y no juzgar lo que nos diga, lo que sienta, o lo que haya sucedido. Los aprendizajes vienen después, al principio: Seguridad, confianza, escucha y aceptación
Un pilar básico es el apoyo incondicional. Huir de las reprimendas. Una persona con algún problema psicológico tiene autocastigo de sobra, no necesita que se le culpe o que se le señale lo que está mal ¡Ya lo sabe! La conversación y la compresión si es un buen espacio de encuentro. A veces sólo con escuchar ya se hace más de lo que se cree.
Cada uno cumple un papel. Los padres hacen de padres, los amigos de amigos, y la pareja de pareja. A veces con el apoyo personal y el tiempo se puede sanar, en otras ocasiones no. Si los problemas se cronifican y nada parece hacerlo avanzar, lo mejor es contactar con un profesional de la salud mental. Pedir ayuda no es malo. Se puede sanar y se puede salir del dolor. Todos podemos caer en ese malestar, es algo normal, humano. Y del mismo modo, todos podemos salir. La capacidad y la fuerza para sanar no se pierden, siempre están ahí, sólo que hay momentos en los que necesitamos un poco de ayuda extra para poder recordarlo, para poder descansar y seguir avanzando